22 de junio de 2008

SIGUE LA VIDA CON SU RITMO


En el barrio la tarde se llena de bullicio, los chicos vierten sus sueños y pelotas al tejado. Suenan las campanas del reloj cercano, los coches regresan cansados y las casas reciben a huéspedes pletóricos de estrés. Se afianza una penumbra lúgubre y las candilejas centellean agotadas. Suben y bajan ascensores y por las escalinatas traviesos chicos corretean. Suenan los timbres.

En el quinto, la rubia despampanante recibe a su amor de tarde. Un niño lloriquea chillón, las pisadas sobre los techos se rompen, y se oye la ducha caliente que libera, mientras se extiende el olor a caldo de gallina con hormonas que se prepara en el fuego de gas.

Los televisores descargan sus imágenes a raudales y voces trepidantes vociferan en la caja de resonancia del edificio. Un partido de fútbol que va ganando el merengue, una novela de amor que roba corazones y llora sin cesar, unos dibujos animados que los japoneses han lanzado a escala planetaria y que se hacen con todos.

El niño no quiere hacer la tarea hasta que los dibujos terminen, el padre no quiere cenar hasta que acabe el partido, la madre no quiere hacer nada hasta que no acabe la novela y en el quinto suena y resuena el sonido de colchones y espumas que palpitan entre ajijides de rubia que vuela a otras galaxias.

Un vecino

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