4 de septiembre de 2008

Se acabó la tormenta...


UNA NOCHE LARGA Y DENSA…

Y, de pronto, un grito frío se extendió entre la noche. Un duro llanto de la tierra se sintió desgajarse desde sus entrañas. El zumbido retorció los tímpanos de los transeúntes y las calles se llenaron de lamentos, lloros y exaltados gritos. La oscuridad se encerraba en los corazones de todos los habitantes durante aquellas horas amargas.

Una noche larga y densa. El murmullo de la tormenta crecía entre el marasmo de gritos que serpenteaban al son del viento. Nada parecía normal. Aquél estado de la Naturaleza era una extraña sombra de un final de la vida. El miedo se acongojó entre los brazos de las mujeres y de los niños que agarrados a sus madres crujían con sus dientes de leche. Y, entretanto, el malestar del temporal aumentaba sin parar. Las ondas del viento se estrellaban contra los tejados, los cables de la luz y todo objeto que se interpusiera en su camino. Su fuerza doblaba hasta al acero, y convertía en chatarra los avances de la civilización industrial. Ventanas desgajadas, tejas y miles de objetos vagaban por los aires fluyendo en desesperado vuelo.

La noche seguía oscura. La luna se había escondido y apenas una ligera huella se marcaba en el opaco cielo. Las estrellas se habían ocultado huyendo del ladrido desesperado del viento que crecía como un huracán. Y todos habían huido. El público buscó cobijo en zonas ocultas de sus casas. La ciudad quedó desierta. Mientras tanto, volaban por el espacio de las calles y sus cielos las placas de hojalata, las plantas, las hojarascas y todos los objetos que el vendaval azuzaba con vigor.

De pronto, el viento amainaba y las nubes ennegrecidas como los mantos de las viudas corrían a la búsqueda de las aguas de los pantanos. Se emborracharon y cargaron sus gaznates de agua y lodo. Y volvieron a correr con su peso, chocaban entre sí y descargaban el estruendo de gigantes en la pelea. Rayos y truenos se erigían dueños de los cielos. Sus latigazos rompían la noche en trazos y retumbaban sus duros golpes movidos por el raudo viento. Descargaron sus panzas sobre las casas y bañaron el pueblo que, pronto, quedó anegado. Las aguas subieron veloces y volvieron a arrastrar con su poderío cuanto hallaban en su paso. Río, mar, o rápido tempestuoso que extendía su empantanado caudal con la fuerza de mil dragones. Caían postes, arrastraba coches, bidones de basuras flotaban impulsados por las corrientes generadas. Así continuaba aquella noche maldita en el recuerdo. Y de nuevo, algún rayo perdido se escurría entre los árboles desgajados y sin hojas. Seguían las horas un lento camino contra la corriente del agua y del huracán. Lentamente el ambiente fue apaciguando su tormento. La loca noche se fue exorcizando y fue quedando atrás aquel arrebato colérico. Parecía que amainaba.

Un ritmo nuevo aparecía entre el llanto de la noche. Había surgido en la lontananza el despertar cansino de un sol cobrizo. Sus rayos flotaban en aquella mañana que no quería despertar. Y escuálidos fueron retomando el pulso de la vida unos habitantes que lloraban ante el desolador panorama que tenían ante sus ojos y sus pies.

Habían escapado de la muerte. Pero el reto estaba ante sus narices y , por ello, tenían que demostrar que solo en la lucha por la vida se puede vencer…


José Luis Sánchez Perera

3 de Septiembre de 2008

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