28 de octubre de 2008

Y los ruidos de la selva...


Y con la sonoridad de la selva los chicos gozaron entre los gritos de Tarzán. Un nuevo mito se extendió gracias al cine. Jhonny Weissmuller puso un toque de exotismo al mundo rutinario de los pueblos. Creo que fue en la década de los años treinta cuando irrumpió en las pantallas de los cines del Mundo. Se cerraría el Teatro Power en 1936 y ya funcionaba el cine Terraza, gracias al empresario de espectáculos D. Antonico García.
Pocos años después se abrieron nuevos cines. Los domingos por la tarde la chiquillería llenaba los cines, el de Arriba y el de Abajo, el Orotava y el Atlánte. El ambiente era divertido y con olor a los garbanzos guisados o duros, o con las palomas de maíz entre la vorágine de aquella muchachada hambrienta de nuevas historias ficticias.
En el interior el ruido de la selva, de Chita y los gritos que llamaban a toda las especies de la selva a seguirle y salvar al que lo necesitaba. Aquel mono blanco, un mito más que nos inventaron y vendieron por cuatro perras gordas. Y nos lo creimos, pensando que...
El espectáculo del cine era el deseado banquete que entre todos compartiamos. Aún no nos preocupabamos por el director, no por la escuela cinematográfica, sino por abrir nuestras mentes hacia esos mundos fantasiosos que nos hacían vivir en otras dimensiones. Por ello, el cine fue y sigue siendo un medio para lanzarse a miles de aventuras. Y llegarán después las grandes superproducciones americanas con episodios de la Biblia, de romanos, o del Oeste con otros capítulos impresionantes de la Historia del Cine...

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