10 de diciembre de 2008

La Tríada...

"Ahí los tienes", me dijo. "Con estos tres colores te da para que construyas un mundo luminoso, y lleno de matices. Ahora te toca a ti." Y así en la penumbra de mi mente me encontré con aquel obsequio de tres colores primarios con los que tenía que darle color a todo el Universo. Menudo reto. Enorme despropósito alcanzar tal objetivo.
Aquel mundo opaco y sin tonos, que se presentaba totalmente desaturado ante mi vista podía, según el Creador, convertirse en un nuevo mundo hecho o mejor, coloreado a mi propia imagen y gusto. Dificil papeleta. Me animé y comencé la faena viendo y analizando las características de aquella tríada: rojo, azul y amarillo. Y puse sobre la paleta pequeños fragmentos de esos pigmentos. Miraba al frente y veía un mundo en blanco y negro, un mundo frío y casi sin vida. Y me tocaba a mí darle el toque, encontrar los múltiples matices, tonos y gamas que hicieran resurgir la gran alegría del color y de la luz.
Y probé con miedo. Mezclé este con un poco del otro y salía uno nuevo, un verde. Luego, uní un rojo con un amarillo y fue apareciendo un naranja. Le añadía un poco más de rojo y un pizco de azul y se ampliaba la variedad ideal para despertar el atardecer. Continué en la búsqueda, en el encuentro y cada vez perdía más el miedo y con mayor rapidez y diligencia aparecían nuevos colores, nuevos matices llenos de vida. Y con una pasión intensa fui aportándole a aquel espacio lleno de objetos una nueva vida, diferenciándolos hasta encontrar el toque singular. Cada cosa adquiría una vivacidad, una esencia diferenciada en la que el color contribuía a su nueva dimensión.
Y todo cambió. De tres pasaron a ser miles los nuevos espectros de la luz. Y no solo participaban los colores en los objetos de aquel lienzo que era aquella realidad presente. También el color trastocó mis sentimientos, mi animo, mi manera de ver el mundo. Y, el blanco y negro quedaron un poco relegados. Solo se utilizarían cuando las circunstancias lo exigiesen.

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