17 de febrero de 2009

Sombras nada más....Un cuento.

Caminaba por las calles empinadas de aquel pueblo. La luz solar se proyectaba diáfana sobre los diferentes cuerpos que transitaban en su devenir diario. Las sombras perseguían a sus habitantes entre el bullicio que crecía con el paso del tiempo.

Y aquel muchacho espigado y ensimismado se sentía aturdido, vigilado y tembloroso. Parecía que todo le perseguía. Sentía las miradas y las risas de otros que se abalanzaban sobre sí. Persistía aquella desazón que angustiaba su ánimo y le creaba una desagradable sensación de inestabilidad y desasosiego. De repente, miraba sigiloso a un lado u otro queriendo ver los rostros imaginarios que murmuraban sobre él. Su malestar crecía al ritmo del paso de las horas.

Su figura alta, flaca y esquiva dibujaba en el camino una silueta proyectando sobre el suelo una enorme sombra que le acompañaba a todos lados. De pronto, pensó que la culpa era de aquella sombra larga y movible que le perseguía por doquier. Creyó que ella era la causa de su malestar. Le seguía, no le dejaba andar ni unos pasos sin que estuviera siempre como un centinela o un espía que no le dejaba en libertad. Sí, creyó que esa era la causa de sus increíbles desventuras y malos tragos.

Pensó que acabando con la sombra podría liberarse y andar suelto y sin tapujos por todos los senderos de su tierra. Consideró que era primordial terminar de una vez con aquella pesadilla y seguro que conseguiría liberarse de su angosta crisis.

Se dirigió a su casa, buscó entre sus herramientas algunas que sirvieran para cortar o destruir. Seleccionó un hacha, un serrote largo, un cincel y un martillo grueso. Luego cogió una pala.

Y con esas piezas de su taller se puso manos a la obra. Buscó un descampado, caminó hasta un paraje extendido cerca de la campiña. Y mientras se oía el cantar de los pájaros, se olía el olor a tierra del campo mojado, fue acechando a su sombra. Giró bruscamente, la atrapó y con el martillo y el cincel le espetó unos golpes mortales. Cogió el serrote y como si estuviese cortando madera sesgó de raíz aquella sombra. Cavó un hueco grande como él en un terreno rodeado de amapolas y dejó caer aquella luctuosa sombra. Le echó buenas paladas de tierra, la recubrió totalmente y encima le puso unas cuantas flores rojas esparcidas de lado a lado.

Volvió a mirar el camino de retorno. El sol seguía lanzando sus rayos. Dejaba las sombras sobre los diferentes objetos, pero ninguna detrás de él. Parecía que, por fin, había logrado desprenderse de esa pesadilla, que antes no lo dejaba ni respirar. Se sintió como nuevo y se dirigió al río cercano en el que se bañó entre gritos de alegría.

Volvió a reír. Se dio cuenta que era él quien sonreía al ver como todos llevaban tras de sí sus diferentes sombras, mientras él había abandonado la suya definitivamente en aquel hoyo del campo.

No pensó que aquella tierra en que la enterró era muy rica en nutrientes y, que tal vez, podría hacer renacer miles de sombras nuevas.

José Luis Sánchez Perera 9 de febrero 2009

2 comentarios:

Hiperbreves S.A. dijo...

Excelente. Otra vez lo fantástico y lo humano mezclados para entregarnos un final sorprendente e inquietante.

josé luis dijo...

Una vez más gracias, Raúl. Tus palabras son un estímulo. Es bello eso de construir mundos de ficción. Ustedes que dominan el lenguaje han de disfrutar en sus creaciones.