23 de mayo de 2009

En la selva...

El sol brillaba sobre las hojas de los árboles. El canto de los tucanes alegraba el día. La tribu estaba contenta con los dones que les llegaron con los tiempos de lluvia. Todos se apresuraron a buscar el alimento necesario recorriendo la selva para aprovechar sus múltiples recursos.
El joven Guindomar iba a realizar su ceremonia de tránsito a la edad adulta. Se encontraba pletórico y lleno de alegría. Para él ese acto tenía todo un simbolismo, pues se le iba a reconocer como un adulto. Tal vez, más adelante se dedicaría a aprender del viejo hechicero y podría convertirse en un nuevo chamán. Para estar más a tono con la ceremonia pensó en engalanarse con las plumas de un ave especial que se hallaba escondida en los límites de la selva. Y decidió ir a por ella.
Corrió entre la espesa arboleda a la búsqueda del ave soñada. Llegó a encontrarla junto al río. Se acercó a ella. Cogió en sus manos un hacha blanca con sílex. Y pudo golpearla. Cogió sus plumas largas y se decoró la cabeza. Y de pronto, sintió una opresión que apretó sus sentidos, le redujo y le hizo caer al suelo.
Allí se agitaba y revolvía, mientras sus manos intentaban quitarle aquel dolor intenso que le hacía gritar como un loco. Su mirada se extraviaba hacia lejanos confines. En su estómago otro dolor pinchaba con un sabor agrio y de hiel. Se retorcía en una agitación mordaz que le hacía bailar al ritmo del sol.
Comenzaron a agudizarse los chillidos en el espacio. Se cubrió el lugar por un desenfrenado baile enloquecido, entre los sonidos selváticos de todas las aves y especies, que desde la distancia escuchaban el estruendo sonoro, que emitía Guindomar por el castigo de aquel dolor.
El suelo y el cielo se fundieron ante sus ojos en un haz de luces y miedos que llenaron el tiempo de minutos extensos como la nada. Su mente se diluyó en un espacio nuevo donde el ahora, el antes y el después se fusionaron. Todo aparecía como un tiempo mixto de presentes y futuros que se igualaban. Una situación de extravío, de abandono en un mundo nuevo bañado de incógnitas y de sorpresas bajo un dolor que continuaba punzándole fuertemente. Su rostro quedó extenuado y pálido. Su cuerpo había sentido el latigazo mordaz.
Poco después, se acercó una ligera mejoría. Su cuerpo dejó de bailar al son de lo ignoto y, aun perdido en el marasmo de la duda y la desconexión con la realidad, fue retomando una leve conciencia.
Al fin, pudo levantarse despacio. Sus manos apoyadas en la boca de estómago pretendían minimizar el efecto punzante de lo que él creía el duro golpe con el sílex. Su rostro lucía blanquecino y, perdida su mirada en la turbia realidad, sintió como el cuerpo se iba recuperando y volvía a emitir señales del retorno a la vieja realidad de sus vivencias.
Caminó varios pasos, se apoyó en el tronco de un árbol yacente sobre el terreno fértil de la selva y descansó, miró hacia lo alto y vio las puntas de la arboleda, y más arriba un cielo azul que le hizo exclamar:¡Aun vivo!
Pronto, volvió sus ojos hacia la tierra y pudo encontrar renacida al ave que intentó matar para robarle sus plumas. Quiso usarlas como reflejo de su poderío y de su linaje de chamán, en aquella su tierra de los indios de la Amazonia. Comprendió el castigo de la Naturaleza. Y así, se acercó al ave, la pudo coger con sus manos, la acarició y volvió a entregarle las plumas que tenía en su cabeza. Las colocó en el cuerpo del ave y, entonces, se sintió recuperar del todo. Con sus gestos pareció agradecerle la lección recibida. De nuevo, caminó y el tucán amarillo y azul comenzó a levantar su vuelo, mientras Guindomar corrió tras ella jugueteando y con el descubrimiento de una nueva fase de su vida.

15 Febrero 09

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