28 de mayo de 2009

Una pixelada historia...

Salió aquella tarde rumbo a un paseo. Su cara sonriente mostraba la alegría tonta de una edad adolescente. Vestía un traje en el que predominaba una línea divertida y jocosa, con un color rojo, que inundaba de vida su rostro y todo su cuerpo. Y sobre su espalda se dejaba caer un cierto caperuzo recogido a la espera de cubrir su peinado de trenzas si el calor o el sereno se dejase sentir. Caminaba saltarina alejada de cualquier extraño pensamiento o de las palabras que su madre le dijese sobre la necesaria precaución al andar por esos caminos entre tanta gente extraña. Siempre le advertía de los males que se escondían tras cualquier esquina, pero ella no hacía caso a aquellas palabras de mal agüero. Su grácil figura ya apuntaba el despertar de una nueva era. En su cuerpo se manifestaban los cambios fisiológicos propios, pero su pensamiento seguía anclado en un mundo de fantasías y sueños.
Aquella tarde en la que el sol crujía dando un aroma veraniego al sendero se encontró con un chico un poco mayor que ella. Se miraron con caras de sorpresas y pronto apareció una nueva sensación que despertó desde el interior de su cuerpo. Pudo sentirse admirada y atractiva ante los ojos pícaros del aquél mozalbete recubierto con una gorra que le cubría sobre sus orejas algo afiladas. Pero no sintió miedo, al contrario, le desató una coquetería frágil y verde que le llevó a querer alentar los deseos de ser vista y admirada mientras daba sus saltos de alegría. Pero no pudo resistir sus propios impulsos y se dejó llevar por el juego que aumentaba su coquetería. El muchacho, algo tímido, la contemplaba y crecía en él un sentimiento incontrolado por nuevas sensaciones. Un impulso vital les atraía, y los miedos que le imponían desde sus casas poco a poco fueron cediendo y se creó un ambiente de complicidad y juego que fue llenando la tarde de otras fragancias. Ella se puso el caperuzo rojo, miró al chico con ligera malicia que asomaba en su cara alegre y fulgurante.
Fue dejando caer su capa y sobre la hierba de aquel descampado junto al río se tumbó acariciando las pequeñas flores que crecían mostrando el renacer de la naturaleza. Luego soplaba aquellas florecillas que se esparcían hacia nuevos confines. El chico no se amilanó. Con un paso sigiloso y lento se acercaba hacia el lugar donde ella yacía mirando al cielo. Y en un sobresalto, llegó la palabra de aviso de la abuela para evitar que la caperucita roja se acercara a dar rienda suelta a su juego inocente...La llamada del corazón de la chiquilla quedó aniquilada...y sin rubor pensó que el mundo estaba lleno de falsas impresiones y mentiras. Los cuentos que le habían narrado eran visiones atemorizadas de otras realidades.

2 comentarios:

LQS dijo...

jajajajaja, yo la hubiese puesto muuuuucho más mala ( pero claro tú no serías capaz...)
Besos, JL

josé luis dijo...

No la conozco bien y no sé como respondería. La dejo así, por ahora.


Saludos, LQS