27 de mayo de 2010

El mar del olvido... I

  No sabía lo que hacía. Su mente se disparaba por segundos. Una sensación de locura invadía su cuerpo y todo le parecía acelerado a mil por hora. Desde que dejó a Ingrid, abandonada en la calle negra y oscura, no volvió a recuperar su lucidez. Las bebidas ingeridas en aquel cutre bar, donde las chicas de la barra hablaban como cotorras y pedían bañar su garganta con champagne, le dejaron fuera de juego y para colmo tomó pastillas, que le trajeron como un buen obsequio. Poco a poco se fue disparando y su mente se parecía a una olla a presión desde donde emanaban efervecentes deseos. Se echó a la calle y la dejó allí perdida entre aquella jauría humana, que pastaba en la noche, que flotaba entre los vapores de miles de pestilentes sueños. Corrió entre el marasmo de los olores fétidos y los ladridos de famélicos perros negros con manchas blancas. Siguió hacia el puerto pues intuía que en aquellos aledaños del mar su dolor  y su nausea podía nrecuperarse. Caminó rápido y miraba atrás temiendo que alguien podía estar persiguiéndolo. A lo lejos entre las pocas luces de aquel barrio porteño se perfilaba la silueta parda de un mar lleno de barcazas. Corrió sin descansar mientras su cabeza se arremolinaba. Perdía la claridad y su boca se secaba como un esparto seco y yerto.
Al fin, pudo alcanzar la orilla. Las lanchas parecían temblar al ritmo de sus pulsaciones estrepitosas y el torbellino de su corazón bombeaba a mansalva. Se acercó con las tinieblas de sus ojos hacia el posible lugar donde podría estar John, esperándole. Saltó con un tras pies y cayó dentro. Despertó a los tripulantes que brincaron y aparecieron con armas apuntándole. “Soy yo, guarden esas pistolas” –dijo, con una voz ronca y torpe. Mathews lo cogió y le llevó al interior del camarote. Sus ojos ya no podían mantenerse abiertos y pidió que le acercaran una bebida para que le ayudase a vomitar. Quería echar fuera toda aquella metralla que le había perforado la razón y los sentidos. Pudo imaginarse a Ingrid, tendida y abofeteada en la miseria de aquel barrio perdido en la estrechez del barrio chino. Pero cayó rendido. 
               
Continuará...


3 comentarios:

Gárgola dijo...

Aunque la vomite, ya está anclada dentro de él.
Inevitable...

Me gusta el ritmo de tus textos José Luis!
besos

@da dijo...

Sólo puedo decirte que el olor se mastica desde aquí.

Un beso, JL

Merce dijo...

está perdido irremediablemente, no podrá salir de alli y lo sabe...

fantastico!

:)