16 de octubre de 2010

Hoy...

To Create the Time

Hoy,
ayer,
mañana,
un mismo tiempo
que baña nuestras vidas
y llena de futuros el presente
desde el recóndito espacio del ayer.
Miro al futuro y me encuentro
con la presencia
del pasado que se crece
en el presente,
que  quema
las naves
del Ocaso.
Mañana,
Ayer,
Hoy.

10 de octubre de 2010

Viejas, nuevas palabras...

  En recuerdo de un profesor que dejó huella.
                                                
Le vi llegar  con un manantial de libros en sus manos. Le vi  contento al entrar en aquel hervidero ante jocosos mozalbetes y  se acercó hacia nuestros garabateados pupitres.
Aquella mañana vestía  pantalones  grises, camisa a cuadro y pullover de lana, largo y verdoso. Su pelo disuelto, enmarañado, unos espejuelos con gruesa moldura de pasta sobre su nariz. Su mirada  abstraída, de carácter algo soñador. Su cuerpo alto,  medio desgarbado y con andar preciso. Su palabra a media voz, entre la estampida de aquella prole, fue imponiendo el silencio y la atención. Por las ventanas de guillotina, abiertas al Valle, entraba un aire limpio, un aire nuevo mientras  las campanas de la iglesia lejana marcaban el rotar del tiempo.
Aquella mañana, el joven licenciado de acento castizo y mente escrutadora, tranquilo y con verbo fluido habló sobre los libros.  Habló del placer de su lectura llena de tantas historias. Habló de aquellos hombres que se dedicaron y dieron su vida por escribir. Sus palabras nos  invitaban a iniciarnos en aquella aventura.
Alargó sus manos y fue sembrando entre nosotros  libros de su colección; obras de Baroja, Azorín, Machado, Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez, Galdós…, Miguel Hernández, Lorca...Buero Vallejo. Nosotros, tan acostumbrados a novelas policiacas. Nosotros los aficionados  a las aventuras del  lejano Oeste, estábamos absortos. Nosotros fieles del capitán Trueno y de Ingrid, del Jabato, o de tantas otras historietas nos íbamos a meter en un extraño laberinto. Pero sus palabras, entrañables palabras, fueron calando en nuestro ánimo abierto por la curiosidad.
Pasaron las horas, pasaron los días, y pasaron las semanas de aquel curso decisivo. Y viajamos por las tierras de Castilla,  acompañamos a Santi Andía, conocimos el mundo esperpéntico de la vieja Galicia, las guerras del siglo XIX,  a la poesía la vimos venir pura, sin ropajes,  volamos al Nueva York surrealista, o paladeamos los sinsabores de las nanas de la cebolla para matar el hambre, tras la cruel  contienda fratricida. El tiempo nos desvelaba otros caminos, al tiempo que íbamos ganando otras guerras a la ignorancia y al desaliento.
Un día me dejó su libro “Historia de una escalera” y me abrió hacia un mundo más amplio cargado de otras significaciones: un mundo de decadencia, sin ilusiones, ni futuro. Un mundo, entre la monotona realidad de un horizonte cerrado, que reflejaba una España impregnada de un solo color. Y aquel autor, Buero Vallejo, supo dibujar la vida sin esperanzas de la posguerra.   Parecía que ciertas vendas se iban cayendo de nuestros cegatos ojos.  El profesor nos enseñó a leer más allá de las palabras. Yo lo sentí así.
Le vi años después. Le vi  en la Universidad. Le vi de nuevo como profesor. La semilla  ya estaba plantada, ya germinaba y crecía. Solo había que regarla cada día para poder captar esa otra realidad escondida. Años después  me acercó al mundo de los archivos. En ellos vislumbré algo más que viejos legajos polvorientos, escritos de escribanos y firmas de mandamases. Me encontré con la  Historia de mi pueblo. Y supe leer más allá de las viejas palabras.

4 de octubre de 2010

Junto al mar...

Se le ocurrió pensar que aquella mujer llena de pasión le quería entregar su tiempo, tiempo lleno de tantas dudas, de tantas esperanzas perdidas entre las tinieblas de aquel tugurio junto al mar, donde llegaban los barcos a cada momento, y donde había que cantar a la vida entregados a los cantos de un amor de un rato, un rato pleno de gozos rápidos en los que la vida se acicalaba entre los ajijides del tiempo, del tiempo que no se había visto llegar un barco como aquel, grande, marino y cargado con una tripulación aguerrida como la que más, no como otros barcos de los últimos tiempos de pesadumbres y tristezas, pero estas se acabaron ya, y con la llegada de aquellos marinos venidos de tan lejos, todo cambiaría, pues el muelle volvió a tener vida, y los negocios prosperaron entre el correr de los dineros y las bebidas que alegraban el corazón y calentaban la tripa, hasta entonces vacía y falta de combustión, como los vapores y los cuerpos de aquellas mozas que habían perdido el medio de ganarse la vida, y de entregarse como en años anteriores en los que todo funcionaba bien, pero ya pasarían estos tiempos de miserias y por fin aparecían nuevas ansias de vivir, de trabajar, de amar y darle un poco de salero a aquellas almas que solo querían pan caliente y alguien que les alegrara la noche entre el zumbido de las tablas y el vaivén de los colchones con las sabanas blancas, pero llenas de ritmo y gozos, oliendo a vino, a ron, a vodka de los cosacos, pero otras historias había que volver a realizar entre los tiempos nuevos que se abrían con la mirada lanzada a un nuevo futuro. Por fin llegó el momento, feliz momento de una total recuperación de tantos  sueños ilusos. Seguro que aquella mujer quería entregarle su tiempo y podrían encontrarse en el camino de una pasión nueva, llena de vida y esperanzas, entre los vaivenes de los sueños y las querencias… Y se lanzaron a despertar un nuevo día. Pero se olvidó y no fue más. Se perdió entre el marasmo de una noche sin luna.