18 de febrero de 2011

Tallando....

Sus rostros mostraban placer y gozo.  En sus manos las gubias ahondaban el cedro y extraían nuevas formas. El olor de la madera abierta se expandía ante ellos,  bañándoles  con su aroma.  El maestro tallista pasaba de aquí para allá siguiendo el trabajo de sus pupilos. Eran ya maduros, habían dejado a tras los años de práctica del baloncesto, de corretear por las canchas de la isla en busca del enceste certero y de ganar alguna copa. Pero ya solo les preocupaba el disfrute de la charla, saborear unas buenas copas de tinto,  el recuerdo de otros tiempos y el nuevo aprendizaje de la talla. Allí junto al banco, golpeaban una y otra vez con el mazo de madera para extraer las líneas que formaban aquel dibujo abocetado sobre la pieza de cedro. En esto llegó la mujer de uno de ellos. Saludó al tiempo que  contemplaba el trabajo de aquellos hombres que como niños disfrutaban de su nueva afición. Uno de ellos dirigiéndose a ella  le dijo en broma: ”Dile a tú marido que te prepare el ajuar”.  “A buenas horas “ contestó ella mientras reía.  Su marido afirmó: “ mejor hacer  una lancha para pescar en las horas libres”. Y con sorna y humor negro contestó  el  de la gorra:” Si una lancha para preparar el viaje al otro lado”. Entre risas sarcásticas todos dijeron: “ Sí,  para preparar el próximo viaje”.

7 de febrero de 2011

Frío...

El aire frío que bajaba desde las cumbres le acertaba con sus flechas en su rostro. La cara se le ponía amarillenta y roja la nariz. Un estornudo cantaba el nuevo ritmo del resfriado que comenzaba a brillar en sus andanzas. Un ligero escalofrío se extendía por las extremidades de su cuerpo corpulento y temblaba. Achiiiissssssss. Una y otra vez.  Ya estaba cogido. Achiiiiisssss...Y no sabía bien como deshacerse de ese ingrato malestar. 
Una amiga le indicó que con un poco de vino de mora antes de acostarse y otro vasito en ayunas  podía aliviarlo. En unos día se recuperaría y volvería a sus andadas. Y así lo hizo. El paladar de aquella bebida era algo empalagosa pero pronto notaba el calor que entonaba su cuerpo. Y con la creencia en esa medicina folklórica pasó noches y días hasta que volvió a ver el mundo con otros ojos...Al final no supo si fue gracias al vino morado, al descanso acurrucado entre mantas y edredones, o si fue por la esperanza y la creencia en aquella medicina tradicional que le contaron. Lo cierto es que el resfriado tal como vino se fue...o más lento. Pero en su camino vio como otros caían  en el fatídico costipado invernal. ¿Habrá vino de mora para todos?