19 de septiembre de 2009

La morada del silencio (IV)

Por fin, pudo llegar hasta el exterior de la habitación desde donde salían los sonidos crudos de la pena. Tras buscar alguna posibilidad para mirar en el interior pudo encontrar una ventanilla en lo alto, con unos barrotes de madera y cubierta en parte por gruesas cortinas. Pero aunque él era alto y ágil necesitaría algún artilugio para llegar hasta ella y otear en su interior.
Logró encontrar un medio para subir y desde lo alto tras correr las cortinas vio desde la penumbra, sentada en una mecedora, el cuerpo de una mujer con largos cabellos despeinados, vestida con un camisón y una bata larga y negra. En sus manos llevaba un pequeño muñeco al que acariciaba y acercaba a sus labios besándolo una y otra vez. Un quinqué dejaba a su cuerpo a contraluz y proyectaba agigantando su silueta en las paredes. El ruido de la mecedora solo se oía a veces, pues lo apagaba el lamento y los sollozos. Sintió un duro golpe en su estómago. Una sensación de malestar se apoderó de él.
Sus pesquisas le habían conducido a un punto en el que podía adivinarse algo de la trama misteriosa que acompañaba a aquella morada.

Continuará...

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