21 de septiembre de 2009

La morada del silencio (V)

Siguió atento a lo que ocurría en aquella habitación y pudo escuchar los quejidos: “Me lo robaron, se llevaron a mi hijo y me dejaron aquí muriéndome en la soledad más atroz” ¿Qué hice mal yo para que me castigaran de éste modo? ¡Hijo! ¡Hijo mío! ¿Dónde estás? ¿Qué han hecho contigo? Al oír aquellos lamentos doloridos su ánimo cambió y sufrió un duro golpe en la boca del estómago que se extendió por el resto de su cuerpo. Su rostro se nubló y notó como unas gotas que brotaban lentamente de sus ojos. Bajó y quiso buscar otro espacio más cercano a la habitación.

En ese momento, vio acercarse a la chica con la luz entre sus manos que se dirigía en su dirección. Parecía extraña y perdida con una mirada en las distancias de infinitos mundos…De pronto, notó que la muchacha se dio cuenta de su presencia y sin extrañarse se adelantó para encontrarse con él. Una absurda sensación aprisionó al joven intrépido y aventurero viéndose sorprendido y sin posibilidades de escapar de ella. Se quedó estático y esperó a ver cuáles eran sus reacciones. Ella caminó pausadamente hasta él. Lo miró y dio una vuelta a su alrededor sin hablar, pensativa y curiosa. Al fin con sus manos de terciopelo le rozó el rostro y el cabello, mientras continuaba con la mirada fija en él. Y de pronto, como si hubiera recibido una iluminación acercó sus labios y le dio besos en sus mejillas. Él totalmente hierático sintió un extraño impulso. Reaccionó comprendiendo que si conocía a aquella joven frágil y suave. ¿Pero quién era realmente?

Volvieron a oirse las voces desde el interior de la habitación. De nuevo se preguntaba qué fue de su hijo, qué fue de su vida, por qué le hicieron aquella maldad de apartarla de lo que más quería en el mundo. Todos sus lamentos herían como cuchillos afilados cortantes y fuertes como espadas. Y los dos jóvenes se miraron mutuamente y sin hablar se comprendieron. Sus ojos se lo dijeron todo. Él comprendió aquellos mensajes lanzados desde las profundidades de los corazones y, tras abrazarla caminaron juntos para abrir la habitación y encontrarse cara a cara con aquella señora, altiva, de cabellos lacios y negros para decirle que al fin habían descubierto el enigma de la morada del silencio...



FIN


Post Scriptum: exigencias de tiempo y espacio obligan a este fin apresurado...

20 de septiembre de 2009

El padre.

Para Concurso Minificciones septiembre.


60 • El padre (Concursa)

El cura le dio un fuerte coscorrón al monaguillo y le mandó a tocar las campanas. La vieja ermita, blanca y reluciente se llenó de bullicio. Los novios se acercaban lentamente hacia el altar. Unos pequeños portaban bandejas de cobre y las jarras de oro. El olor de azahar se extendía entre los cuerpos en aquel corto recinto.
En los ojos de las solteronas, de las ancianas y de los varones se leían la envidia, la añoranza y el deseo voluptuoso. La novia, con el ramo de flores en sus manos, caminaba junto al padrino llena de júbilo. Ante el altar, el párroco, alto y grueso, miraba a la novia.

Por fin, los padres de los novios reflejaban en sus rostros la satisfacción por el enlace de sus hijos. El párroco mostraba cierta torpeza en sus movimientos. Ya en la ceremonia preguntó ante la mirada expectante de todos los presentes: “Anacleto, ¿Quieres a Genoveva como esposa….? “ Si, quiero”. “Y tú, Genoveva, ¿Quieres a Anacleto como tu esposo, … hasta que la muerte los separe?” “Si, quiero”. Respondió con seguridad la joven. “Os declaro marido y mujer, lo que Dios ha unido…”

En ese momento un sonido seco estalló en la iglesia. El eco rebotó más fuerte aun. Un cuerpo cayó al suelo ante la extrañeza de los convidados. El recinto quedó bañado por un charco de sangre. En la mano de Genoveva, la pequeña pistola esparcía un humo blanquecino y el olor a pólvora. Entre los gritos, sobresalió la voz clara de la recién casada: “Ya no habrá más padre que tú, Anacleto”. “Nuestro hijo verá clara la luz del nuevo día”. Ante el estupor de la gente, salió bajo el pórtico de madera cogida a su marido. En el piso de la ermita quedó el cuerpo yacente del párroco.

El monaguillo corrió a tocar las campanas, que sonaron a duelo. Una gran polvareda tras los caballos marcaba un nuevo camino, mientras los lánguidos ladridos de los perros testificaban la presencia de la muerte...

por José Luis Sánchez — Septiembre 19, 2009 @ 11:14 am

19 de septiembre de 2009

La morada del silencio (IV)

Por fin, pudo llegar hasta el exterior de la habitación desde donde salían los sonidos crudos de la pena. Tras buscar alguna posibilidad para mirar en el interior pudo encontrar una ventanilla en lo alto, con unos barrotes de madera y cubierta en parte por gruesas cortinas. Pero aunque él era alto y ágil necesitaría algún artilugio para llegar hasta ella y otear en su interior.
Logró encontrar un medio para subir y desde lo alto tras correr las cortinas vio desde la penumbra, sentada en una mecedora, el cuerpo de una mujer con largos cabellos despeinados, vestida con un camisón y una bata larga y negra. En sus manos llevaba un pequeño muñeco al que acariciaba y acercaba a sus labios besándolo una y otra vez. Un quinqué dejaba a su cuerpo a contraluz y proyectaba agigantando su silueta en las paredes. El ruido de la mecedora solo se oía a veces, pues lo apagaba el lamento y los sollozos. Sintió un duro golpe en su estómago. Una sensación de malestar se apoderó de él.
Sus pesquisas le habían conducido a un punto en el que podía adivinarse algo de la trama misteriosa que acompañaba a aquella morada.

Continuará...

17 de septiembre de 2009

La morada del silencio III

Le aumentaba la curiosidad y la intriga. Se decidió a buscar entre aquella morada descomunal alguna señal que le diese pistas sobre qué pasaba allí. Tenía que aclarar el misterio que desde que él tenía uso de razón se le atribuía a aquella mansión.

Volvió a caminar sigiloso por aquellos pasillos en los que apenas se veía. Pero podía percibir como estaban llenos de gran cantidad de objetos y que si tropezaba con ellos podían descubrirle.

Cruzó de un pasillo a otro y se encontraba las puertas de las habitaciones cerradas. Solo alguna ráfaga de brisa hacía que una ventana abierta lejana diera el toque repetitivo que le marcaba el tiempo. De pronto, un vocerío se emitía en lo lejos. Parecía la voz de una mujer que angustiada gritaba como en una desagradable queja. No entendía claramente sus palabras, pero el sonido amargo, la angustia y el lloro daban señales que venían desde las habitaciones de la parte más alta.

Siguió en su búsqueda mientras vio de nuevo la silueta de aquella muchacha llevando la luz mientras se deslizaba tenue entre la oscuridad de la noche. Su rastro silente se perdió y él pudo volver a su búsqueda accediendo por una escalera de madera con extremo cuidado. Cada vez se oían más cercanos los gritos que parecían aullar como en una noche de luna llena. Comenzó a entender parte de aquellas lamentaciones, y la curiosidad crecía en todo su cuerpo.



Continuará...

14 de septiembre de 2009

La morada del silencio...(II)

Un quinqué se vislumbró por un pasillo cercano. Su luz fluía descubriendo levemente los enseres que recubrían los espacios. Apenas se oía un liviano sonido al rozar unas sedas con el piso frío y blanquecino.

Se acercaba una breve claridad. Él saltó e intentó esconderse. Se agachó y pudo ver a una joven que portaba aquella antorcha. Su rostro níveo, pálido poseía una extraña belleza. Pero aparecía triste y melancólica. Siguió su curso bajo un traje de gaza con ciertos tonos carmesí. Pronto se dio cuenta que eran manchas de sangre, que le salpicaban el atuendo. La frágil figura se alejaba hacia el ala izquierda de aquel caserón.

Permaneció agachado, mientras por su cabeza pasaban varios pensamientos. Por un momento creyó que él había estado allí alguna vez. Le pareció que el rostro de aquella silueta juvenil era de alguien que conocía. No pudo acertar a saber quién era, pero estaba cada vez más seguro de haberla visto antes...

Continuará...

11 de septiembre de 2009

La morada del silencio...

LA MORADA DEL SILENCIO (I)

Miró. Caminó lentamente. Siguió entre la espesura de la noche. Se acercó entre las tinieblas hacia el sendero que conducía a aquella casa maldita.

De pronto, entre las ventanas del piso alto, se movían las cortinas y una luz de vela se movía rápida dejando su resplandor en toda la estancia con un ritmo tenebroso. Un grito sonó fuertemente y expandió su eco por el ambiente cercano. Aves nocturnas sorprendidas revolotearon en todas direcciones.

Sintió que su cuerpo temblaba. Se agitaba su corazón y su mente perdía la cordura tan fría que poseía. Sigiloso oteaba aquí y allá por temor a una mala sorpresa.

Avanzó despacio. Aun se sentía seguro y con ansias de descubrir cuál era el hechizo que había en aquella morada. Puso su mano temblorosa sobre el llamador de la puerta. Empujó levemente y un chirrido agudo se metió en sus tímpanos irritando su paciencia. Miró atrás. Volvió su mirada hacia el interior y continuó en su acceso al espacio maldito por una leyenda.

Por la escalera marmórea ascendió con suavidad bajo la mirada atenta de aquellos retratos de antepasados. Sus ojos se dirigían hacia aquel intruso que osaba inmiscuirse en un terreno privado sin permiso y licencia.

Continuará....



7 de septiembre de 2009

De Cronos...

Transcurrir del río.
Momentos perdidos y hallados
entre sueños y quimeras.

Sólo queda el correteo desgajado del árbol de la vida
fluyendo entre aires bañados
por otros eternos efluvios
sin memorias.

Entre las redes
somos absorbidos, sin saberlo,
paso a paso, dejando en la palabra
las últimas notas del chirrido
de la máquina.

Ese ingente ingenio mecánico
caerá derruído
por sí mismo...o engullido entre sus fauces.
Y, seguro que sin saberlo.


para Create the time

3 de septiembre de 2009

Bajo el puente...

Bajo el puente se recogían varios mendigos de rostros gastados por el tiempo y la vida. Cada noche les servía de refugio y cobijo para sus penas y sus fatigas. Unas grietas destilaban la humedad y el goteo. La hoguera ardía con rastrojos y periódicos viejos llevando una chispa de calor y luz. Al fondo, entre otros compañeros, enroscado sobre su flaca figura se arremolinaba el soñador que esa noche había vuelto a evadirse, mientras su cuerpo se agarraba a la vida.

Se encontraba en otra dimensión. Había encontrado un mundo nuevo, en el que todo se desarrollaba en confines galácticos. Por todos lados, los humanos vestidos con trajes espaciales flotaban intemporales. La vida extraterrestre les dimensionaba entre las olas de una paz ficticia. Entre el silencio y la cadencia del ritmo de los lentos latidos todo se asemejaba a una quimera. Todo se desarrollaba sin tiempos ni distancias. Pedro escuchaba un imaginado vals y al compás de su danza seguía en su ilusión. Pero había una extraña sensación a vacío. Aquella era una manera de sentir el tiempo y el espacio con otras particularidades. Todo parecía en orden. Un orden riguroso y hermético que engranaba todos los actos. Los rostros de todos los vivientes en aquel orbe se asemejaban. Parecían tocados por la misma magia que apenas asomaba en sus rostros. Imparciales, algo perdidos en un cierto vacío de inhumanidad. No había enfermedades, no había hambre, no había el sentir de la humanidad conocida.

Pedro seguía en su sueño, sintiendo en su cuerpo esas nuevas percepciones. Respiraba metido en aquella escafandra, mientras volaba de un lado a otro como si estuviese en el vientre materno. Por un momento, se notó en su cuerpo dormido el movimiento de sus dedos y sus labios como queriendo expresar cierta angustia. Emitió un grito. Pero siguió navegando en aquella aventura que la nueva noche le trajo.

De pronto, notó que toda aquella vida era una farsa, una ficción donde el encuentro de tanta perfección solo era un espejismo. Decidió volver a la Tierra. Llegó al Hospital se acercó a la sala del laboratorio y se puso a buscar en el archivo de los virus y de las enfermedades de los mortales. Logró coger algunas y se lanzó de nuevo a aquel espacio tan parecido a la felicidad. Y abriendo las cajas con los virus de las enfermedades las dejó libres para que los seres volviesen a conocer el dolor y la humanidad. En el sueño vio cómo se iba rompiendo aquella extraña sensación y todo volvía a recuperar un toque de luchas y esperanzas. Se notaba un nuevo aire, una nueva atmósfera que les dimensionaba a un mundo más humano, terriblemente humano.

Se despertó y su rostro cansado iluminaba un aire de gozo, de sentirse alegre y lleno de vida. Olió a humanidad a su alrededor y volvió a dormir.