20 de septiembre de 2010

La Plaza y el tiempo.

La Plaza.

Aquella tarde de domingo volví a la alameda. Allí me encontré con Pedro y Antonio mientras esperábamos el encuentro con las chicas. Observé los árboles como curiosos viajeros con flores amarillas en sus altos sombreros. Los bellos jardines verdes con pinceladas rojas y aromas de sosiego daban una sensación de paz. Chicos y mayores caminaban acompañando al tiempo y vimos deambular a bellas jóvenes  entre vivaces colores. Charlamos sobre lo que podríamos hacer esa tarde. Nos sentamos entorno a una mesa bajo paragüas rojo y blanco, junto a aquel recoleto kiosco con aire mudéjar, para tomar unos refrescos y apagar la sed bajo aquel sol de junio. Allí decidiríamos.

Al fin llegaron y tomamos un refrigerio. María planteó ir al cine de arriba donde ponían una comedia americana. Lucy prefería dar unas vueltas y por la tarde noche bajar al Puerto a una discoteca. Ernestina se negó rotundamente y dijo que ella no podría ir. Maribel preguntó que preferíamos nosotros que tal vez coincidíamos. Al final Pedro logró lanzar una interesante propuesta. Podíamos dar unas vueltas a la plaza, subir hasta San Juan y acercarnos a un baile que había aquella tarde noche en el club juvenil. La idea ganó adeptos rápidamente entre todos. La plaza parecía una noria sobre la que girábamos con el fluir del tiempo. Al final marchamos jocosos. Nuestros ánimos preveían el placer con los nuevos rock and rolls .Y la tarde se vivió entre el murmullo, el calor por los ritmos y la cercanía de aquellas chicas. Luego….

Hoy volví a la Alameda trás pasar unos largos años en el extranjero.  La plaza hoy me parece algo más triste, los colores vibrantes de otros tiempos se difuminan y sin querer, las palabras quedan ocultas y no suenan como las campanas de la espadaña cercana. Los recuerdos me invaden. Pero, de pronto, vuelve el toque de luz, la claridad del cielo azul, el retorno de la esperanza. Deambulo lentamente y se acercan a mi memoria los rostros de aquella pandilla de años atrás. Las miradas de algunas jovencitas me recuerdan a mi amada Maribel. Pero sigo en el camino y mis ojos se pierden en la lejanía del Océano. Vuelvo a caminar mientras un pequeñajo pasa con su bicicleta azul. Una niña rubia corre para atrapar el globo huído y un grupo de chiquillos vuela hacia el estanco…

José Luis Sánchez

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