4 de junio de 2008

EL PLAN DE DIOS




El viejo padre Amador sintió cómo se le rompía la suave y rosada carne de su esfínter anal. Sentado en el excusado, su sotana remangada, dejando a la vista unas piernas escuálidas y terroríficamente pálidas, intentaba aliviar el dolor de sus tripas expulsando todo aquello que no había sido de provecho en los últimos ocho días. El dolor era una presencia constante en su rostro. Las lágrimas cuajaban sus ojos, el sudor bañaba su alopécica cabeza donde ya no se distinguía la tonsura que neciamente seguía infligiéndose de la calva natural. Notaba la dilatación extrema, la lentitud del desplazamiento. Notaba la frescura de la sangre, lineal y suave, que bajaba por sus muslos, pero aguantaba. El dolor pasaría. Nada es eterno. Y en aquel momento, en el climax entre el dolor y el placer de la liberación… En aquel momento en que ningún producto fibroso o con bacterias de los que era adicto desde los 15 años le pudiera ayudar, en aquel momento, descubrió el plan divino. El sentido de la vida.
Anonadado, aturdido por todo aquel repentino saber, aquel nuevo acontecimiento, se levantó raudo y veloz, olvidando la memoria de sí mismo que dejaba atrás Preocupado sólo por registrar lo inefable, lo nunca interpretado… Tropezó, entonces, con el faldón de su sotana y cayó de bruces contra el vetusto lavamanos de mármol, reliquia de otros tiempos, abriéndose la cabeza. Murió antes de caer al suelo. Y así se quedó, tumbado, los calzoncillos en los tobillos, un charco de sangre oscura y espesa rodeando su cabeza como una aureola románica, la túnica a medio recoger y el recuerdo de su paso por el mundo sin tirar de la cadena y el secreto del plan de Dios para la humanidad marchito entre sus labios.


Paco Pérez.

1 comentario:

josé luis dijo...
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